domingo, 14 de septiembre de 2008

PASAPORTE

Hace unos días empecé a digerir, para hacerlo de a pocos, que tal vez viaje nuevamente. No se si se concretará o no. Tal vez pensarlo ahora sea muy prematuro. Faltan cinco meses para ello, una visa por expedir y más de mil quinientos dólares por recaudar. Tal sea mejor esta precoz planificación pues así no me empezaré a cuestionar cosas que debía, cuando ya este sobrevolando aires foráneos. Y es que hay cuentas que saldar previa huida, o viaje como le llamamos por ser algo más costosos, o por contar con despedidas, abrazos y promesas que difícilmente cumpliremos.
Lo primero debe ser saber por qué viajamos ? Qué búsqueda oculta nos aleja de nuestro hábitat? Hay miles de motivos que contar, desde el estudio, trabajo y el hedonista y necesario viaje de turismo. Pero estos tres, a su vez, son solo el caparazón que protege a la tortuga de ser bisteque de sus rivales más veloces. Quien saca visa para estudiar, en realidad no solo lo hace para ello, se divertirá mucho, olvidará que en Lima brindaba con Pilsen o Cristal, refunfuñará menos del fútbol peruano pues extrañará tanto los goles desparramados del Checho Ibarra como terminar con los ojos llorosos después de comer un cebiche generoso en ají, pero pese a todo ello, seguramente, transnochará a sabiendas que a la mañana siguiente debe rendir un examen de matemáticas en inglés sin que domine ni el inglés ni las matemáticas. Porque quien estudia en la universidad sabe que denominarnos estudiantes es un título que la gran mayoría no merecemos. Estudiar es encerrarse en la biblioteca una hora antes del exámen revoloteando las separatas para que todo ello se tatúe en nuestro cerebro que recién tiene el gusto de conocer la materia. Hay también los ataques clásicos de responsabilidad que suelen durar las dos primeras semanas de clases, por coincidencia las semanas en que no hay evaluaciones distintas a la de estudiantes que se miran unos a otros en un ritual de fijación de ropas y de prospecto de pareja.
Los viajes con afanes turísticos suelen ser, al menos los míos, los que menos aventuras traen. Se supone no debe ser así porque llegamos a lugares nuevos sin la presión de estudiar o trabajar, pero justamente esa libertad tan amplia le quita emoción a la aventura. No hay reglas determinadas más allá de las propias del país, no hay horarios estrictos ni nada que limite o active nuestro sentido de responsabilidad. Meses después de la vuelta a Lima tendremos las fotos clásicas que todo el mundo tiene en el monumento aquel o en los restos arqueológicos estos. No me quejo de ello tampoco. Tener fotos en el Corcovado en Río es increíble, pero no esconde tantas historias como otros viajes.
En cambio, si el viaje es relativo al trabajo, las reglas se manifiestan. Hay que programar despertadores my de mañana y simular saber lo que uno hace cuando en realidad uno no tiene la menor idea. Pero siempre quedarán días libres para experimentar aquello que ofrece nuestra nueva ciudad. Y mejor aún si nuestra billetera dolarizada ya recibió un primer incentivo por la ardua labor que en tierras lejanas desempeñamos. En la oficina, empresa o el campo de concentración en el que trabajemos departiremos con personas similares a nosotros y con otros tan distintos que la curiosidad nos ganará y nos juntará a ellos. La curiosidad mató al gato. Y la soledad en el extranjero nos puede convertirnos en gatos techeros si no nos evaluamos antes de viajar.
Brasil en familia, Florida descubriendo nueva
Pensar en todas las posibilidades es imposible pero hacernos una idea del mundo nuevo que se nos abre y la vida renovada que tendremos puede atormentarnos si no nos gusta lo que imaginamos. Pero también puede incitarnos a saldar cuentas antes de viajar, a prometer, a retirar promesas, a besuquear en el aeropuerto como el amante más curtido, o a solo decir adiós y decirlo en serio para que la curiosidad ya no mate al gato. Lo pienso pero aun no juego a viajero ni persigo mi maleta, lo haré luego de alcanzar el ovillo de lana.

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